Decía Aristóteles que «Si quieres entender cualquier cosa acabada, observa su comienzo y desarrollo”. La habilidad que tenemos de reflexionar sobre nuestros propios pensamientos y evaluar decisiones, se denomina “metacognición”, y se define como “aquella capacidad que nos permite emitir juicios de valor sobre nuestras propias ideas», (John H. Flavell) y especialmente referido por el Psiquiatra Facundo Manes.

Dos son los espacios de la metacognición: la habilidad de pensar (aprendizajes, conocimiento, relaciones) y la capacidad de visualizarlo, proyectarlo y tomar decisiones (planificar, autorregular, rectificar).

Todos somos metacognitivos, porque podemos ser observadores activos y reflexivos de nuestro pensamiento para proyectarlo eficazmente, pero no todos ponemos en la práctica dicha habilidad. Para desarrollarla es imprescindible aprender a tomar decisiones, desde un ejercicio de conocimiento, reflexión y recapacitación.

La recapacitación, al final del proceso reflexivo, permite “afinar” con nuevas decisiones, mejor adaptadas, más eficaces y eficientes, consiguiendo aquello que buscamos.

Para ello debemos ejercitar el liderazgo de nuestro propio metro cuadrado sabiendo que, entender lo que ocurre en nuestro entorno y en la persona del “otro”, es decisión nuestra, y sobre todo, sabiendo que cada uno somos lo que hacemos, pero también, lo que dejamos de hacer.

Se trata de tomar decisiones atentos a lo que ocurre con ellas, entendiendo que lo que permite avanzar en un propósito, son habitualmente las correcciones posteriores fruto de un proceso de “recapacitación” que recupera lo esencial, incorpora aprendizajes y elimina la parte de la acción que se evidencia perjudicial, porque “en los extravíos nos esperan los hallazgos” como decía Eduardo Galeano.

Capacitación y recapacitación, un proceso de atender y entender para aprender a actuar. Recapacitar permite dar impulso y seguir adelante. No te rindas en tus buenas decisiones.

María Eugenia Pons de Gironella