Hoy Montse ha madrugado dispuesta a preparar un gran desayuno y café bien fuerte para su marido pues sabe que no ha dormido bien esta noche. De hecho, Joan duerme intranquilo desde que empezó el problema con su cliente Jordi, así que Montse se ha levantado decidida a poner sobre la mesa del desayuno el tema de la mediación.

Justo cuando está sirviendo el café en la taza de Joan, éste se le acerca por detrás, dándole su acostumbrado beso de buenos días y tras beber un sorbo de su taza de café le dice:

Esta noche llegaré más tarde a casa que tengo visita con el abogado.

– ¿Vas por el tema de la factura de tu cliente Jordi, verdad?

– Si.

Pero cariño, ¿por qué no hablas con él? Además de muy buen cliente, tenéis una relación de amistad de hace años. Es una lástima que…

Antes de que Montse terminara su frase, Joan se levantó y dijo en un tono algo altivo:

No tengo nada que hablar con él. No sólo no me paga, sino que, además, ha puesto en duda mi trabajo y profesionalidad ante todos mis trabajadores.

Montse, ante la brusquedad de Joan, en gesto de suma empatía, comprensión y afecto hacia su esposo, le acarició la cara mientras le decía:

– Entiendo que estés dolido, cariño.

Tras un relajante silencio cómplice entre los dos, Montse reanudó la conversación llevándola a su terreno:

Cariño, ¿Has oído hablar de la mediación? Ya sabes, el método por el que nos comentó Pere que van a resolver su divorcio.

– Algo he oído hablar.

– ¿Sabes cariño? Yo a raíz del divorcio de Pere me he informado y creo que la mediación iría también muy bien para solucionar tu problema con Jordi, tu cliente.

Aunque Montse se percató inmediatamente del hecho de que su marido se tensó por unos momentos al oír el nombre de su cliente, decidió no perder su oportunidad y continuar con la conversación:

– Resulta que en la mediación, las partes que tienen un problema, como tú y tu cliente Jordi, por ejemplo, son ayudadas por un mediador, que es un profesional imparcial y neutral, para que dialoguen y puedan llegar a un acuerdo. Y fíjate que no decide un juez Joan, sino que son las partes las que deciden cómo y de que manera quieren resolver su problema y lo hacen fuera de un juzgado. ¿No te parece mucho mejor? Además es voluntaria, así que no pasa nada si lo intentas y luego decides no seguir y recurrir a tu abogado. ¡¡ Ahh!! Y que sepas, ya que tú eres un firme defensor de la discreción, que todo lo que se habla en mediación es confidencial, como a ti te gusta.

Montse decidió acabar aquella conversación con una frase que sabía tocaría la fibra sensible de Joan:

– Definitivamente, estoy muy orgullosa de que nuestro hijo haya decidido acudir a una profesional de la mediación familiar para solucionar su divorcio.

– ¡Un divorcio no es lo mismo que el cobro de una factura Montse!; le espetó su marido.

– Pero el problema real con tu cliente Jordi no es el impago de la factura. A mi no me puedes engañar, cariño. Tú estás dolido porque en el fondo, después de tantos años como cliente, aprecias a Jordi y te ha cuestionado profesionalmente.

Joan agachó la cabeza en lo que Montse interpretó acertadamente como un claro gesto de asentimiento que rápidamente aprovechó para rematar su conversación:

– Dime que lo pensarás al menos. Sabes que si Jordi recibe una demanda lo perderás para siempre como cliente y también la relación personal que teníais. Con la mediación quizás podrías evitarlo. Además, ¿qué pierdes con intentarlo?

Joan ya estaba en la puerta cuando Montse pronunció aquella última frase pero ella estaba convencida, conocía muy bien a su marido, que aquella conversación iba a surtir efecto a favor de la mediación, y si no, tiempo al tiempo.

Carmen Gil