Las relaciones nos constituyen, y están presentes en nuestra cotidianidad como el aire que respiramos. Su influencia está presente en todos los espacios de nuestra existencia, y aunque se les preste de ordinario una atención escasa, sabemos bien que sin ellas, los seres humanos no podemos vivir. Con la pandemia, se nos ha obligado a vivir el aislamiento, sintiendo la asfixia de vernos privados de relaciones personales y familiares. Han sido las tecnologías, y sus sistemas telemáticos, una tabla de salvación, permitiéndonos “respirar” el contacto personal, que tanto necesitamos para vivir. Como dijo H.Hess “como cuerpo, todo el mundo es soltero; como alma, nunca”, pues vivimos en constante diálogo, en lo humano y en lo espiritual.

Sabemos bien que la dinámica de vivir está hecha de “con, por, para, en .. el otro”, tejidos a una red de relaciones de acción cotidiana, en todos los ámbitos de la vida. El origen de la palabra “relación” del latín “relativo», se define como “acción y efecto de llevar algo reiteradamente». Acción y reciprocidad que nos revela el motivo por el cual, al decir buenas relaciones”, hablamos de “acción o acontecimiento” entre personas, que produce “correspondencia” de una conexión, comunicación y vínculo,  “satisfactorio” entre las partes. Este acontecimiento recíproco nos constituye en lo que somos, y va más allá de lo que podríamos pensar a simple vista.

Es un hecho científico que somos el resultado de nuestras relaciones, tanto desde un aspecto físico y estructural, como social y de salud. Es esencial saber que ya desde nuestra infancia tenemos la necesidad de tener relaciones satisfactorias, para la configuración y desarrollo de nuestro cerebro, siendo la relación de afecto “recíproco” entre la “madre/hijo”, imprescindible para generar el “apego” que conformará algunas áreas del cerebro necesarias para el desarrollo de habilidades para la edad adulta, como la empatía. También son las relaciones personales en la familia y la escuela, desde el lenguaje, hasta valores, cultura y hábitos de comportamiento, lo que nos permite socializar y conformar nuestra personalidad de adulto.  Aprendemos esencialmente emulando a otros, y es que las relaciones humanas deben ser vividas, no solamente enseñadas.

Pero es la influencia de “las buenas relaciones” en el ámbito de la salud, donde los hallazgos más recientes han demostrado su valor determinante, en el ámbito de felicidad y la longevidad. Los hallazgos provienen de un estudio que realizó la Universidad de Harvard para valorar el desarrollo de la felicidad en adultos (Harvard Study of Adult Development), desarrollando un proyecto de investigación que desde 1938 examinó de cerca la vida de más de 700 hombres, y en algunos casos de sus parejas, revelando algunos factores sorprendentes, sobre la felicidad y la salud. El estudio mostró que las “buenas” relaciones alargaban la vida de las personas, dejando claro que dichas relaciones, aún con ciertos baches y conflictos, podían ser satisfactorias a la larga, tal y como escribió en sus conclusiones uno de los autores del estudio, el Dr. Waldinger, quien afirmó que “Algunas de nuestras parejas que están en los ochenta años, pueden estar discutiendo a menudo. Pero siempre que sintieran que en verdad podían confiar en el otro cuando las cosas se ponían difíciles, esas discusiones no causaban estragos en su memoria”. Así “Una y otra vez en estos 75 años”, sostuvo el Dr. Waldinger que “nuestro estudio ha demostrado que la gente a la que le va mejor es aquella que se apoya en las relaciones con su familia, amigos y con la comunidad”. Se concluyó la investigación mostrando una correlación indudable entre aquellas personas que habían tenido buenas relaciones con los que habían gozado de una vida más feliz y larga respecto a los que no las habían tenido.

La conclusión del estudio nos muestra lo que “el alma”, ya sabía: Necesitamos mantener buenas relaciones para vivir felices y por más tiempo, y el secreto radica en vivirlas realmente y conscientemente, trabajando sus aspectos de un modo adecuado. Ocurre que actualmente, vivimos un mundo en que los “likes”, los “emojis” y “followers”, engordan la sensación de conexión, uniformada e irreal. Las encuestas demuestran que la mayoría de los adultos-jóvenes, sitúan su principal miedo en “la soledad”, y sostienen que mientras reciben estos emojis en sus pantallas obtienen reciprocidad, fama y reconocimiento para conseguir una vida feliz. Sin embargo el estudio de Harvard, sugiere que uno de los indicadores más importantes sobre si vives bien, y vives una vida larga y feliz, no es la cantidad de reconocimiento, fama o dinero que acumulas, sino que, el medidor inequívoco más importante de salud y bienestar a largo plazo es las es “la fortaleza” de las buenas relaciones con tu familia, amigos y pareja.

Por todo ello, consciente de que las buenas relaciones, se viven y no se enseñan, destacaría la necesidad de la acción consciente, incorporando a nuestra vida diez actitudes, que ya están en nosotros y que podemos incorporar como hábito fácilmente a la vivencia cotidiana, para su buen desarrollo, en todos los ámbitos de nuestras relaciones:

  1. Procurar el autoconocimiento.- La relación que tenemos con los demás parte de quién somos, y a su vez, la relación que mantenemos también nos traspasa y constituye en quién somos. Ahí radica tu grandeza, tus particularidades y talentos, y tu fuerza, está hecha para la acción: “Lo que soy es para compartirlo contigo o se perderá para siempre”.
  2. Afinar la mirada, es estar atento al otro poniendo el foco en la persona. Poner en marcha pequeñas interacciones en una primera atención: un saludo, una sonrisa, una pregunta….  Es precisamente la mirada un activador de la hormona de la felicidad, regalándonos y regalando ese, “Lo que te ocurre me importa”.
  3. Apreciar la diferencia, para acogerla como un bien que suma. Aceptar y comunicar agradecimiento, porque integrar la diversidad es necesario para desarrollarnos personalmente en habilidades, tan imprescindibles como son la inteligencia cognitiva o la propia empatía: “Tú me aportas”.
  4. Aprender a ser flexible .- Un modo de ser paciente y  consciente de que el otro es  diferente, aplicando esta sabiduría para  el entendimiento, favoreciendo una  comunicación fluida  y un actitud dispuesta a buscar soluciones  conjuntamente: “Tu cuentas para mi ”
  5. Saber pedir y dar.- Pedir refuerza las relaciones, habla de quién eres, tu historia, tus necesidades. Es dejarse ver, y compartir vulnerabilidad de la necesidad del otro. Legitima el pedir, saber dar, servir al otro, un movimiento de aproximación y cercanía, que dice: “Me hace sentir bien compartir mis deseos y acoger los tuyos”.
  6. Fomentar la comunicación sabiendo escuchar y ser asertivo: hablar con las personas de forma efectiva, generosa y empática sabiendo sugerir en lugar de enjuiciar, expresar los sentimientos, hablar de los motivos y las necesidades propias y ajenas, y pedir en lugar de imponer: “Te escucho “.
  7. Prevenir conflictos, facilitando la comunicación y evitando hacer suposiciones. Vivir el compromiso de construir en común puentes para integrar las necesidades y los intereses de cada uno: “Qué puedo hacer por ti”.
  8. Sanear sin intoxicar las situaciones, evitando amplificar las situaciones implicando a otros con el fin de hacer bandos o emitir juicios que perjudiquen la relación: “Es importante para mi, cuidar tus sentimientos”
  9. Perdonar, evitar permanecer en el dolor y procurar eliminarlo. Aceptar el tiempo para el perdón que el otro necesita: “Respeto mucho nuestra relación y me dolería mucho perderla“.
  10. Ser confiable, revelándose en el respeto mutuo, en el genuino interés por el otro, en el diálogo y la reciprocidad relacional para saber apreciar tanto el logro como la crítica.  Ser capaz de exponer la propia vulnerabilidad con un esfuerzo por ser sincero, revelando y acogiendo los sentimientos mutuos. Ser leal y decir la verdad, siendo justo al considerar el interés y valor del otro: “Qué importante es poder contar contigo”.

Cada una de estas actitudes, y su expresión en nuestras relaciones cotidianas, de manera activa y dinámica, nos hace vivir y compartir humanidad y felicidad, permitiendo su crecimiento, y preparándonos al mismo tiempo para saber detectar, criticar y corregir, aquello que las perjudica o hiere, porque como afirma Albert Schweitzer “la felicidad es la única cosa que se multiplica cuando es compartida”.

No existen las relaciones perfectas, ni todo está bien siempre, ni se pueden evitar los fracasos, pero quien se esfuerza en cuidar sus relaciones no se equivoca, pues tiene la valentía de reconocer que no le interesa otra cosa que, ser feliz. Vivir conscientemente la felicidad de disfrutar de buenas relaciones, es dejarse traspasar y trascender,  de pura vida!

Eugenia Pons de Gironella