Joan cuelga el teléfono y se queda pensativo. Su abogado le acaba de citar para hablar sobre su reclamación y la posibilidad de proponer una mediación para solucionarlo. Es precisamente dicha propuesta la que ha dejado a Joan muy extrañado al recordar el hermetismo que su abogado mostró, en su última visita, ante su pregunta sobre la mediación.

Sin embargo, algo en el despacho del abogado de Joan ha provocado su apertura a la vía de la mediación.

Justamente hace unos días, uno de sus mejores clientes le pidió cita para tratar un conflicto que quería que su abogado transformara en una auténtica declaración de guerra, una demanda contra su hermano.

Su cliente vivía, desde hacía dos años, con su hermano, en un piso propiedad del abuelo de ambos y cuyo uso decidieron, con el consentimiento del abuelo, compartir. Desde el inicio de su convivencia pactaron que un hermano se haría cargo del pago de la hipoteca, y el otro hermano asumiría el pago de los gastos de suministros y comida. Durante el primer año la convivencia fue digna de una luna de miel, pero, a partir del segundo año, la pareja de uno de los hermanos fue a vivir con ellos y las discusiones, a partir de dicho momento, se hicieron casi habituales. A raíz de un fuerte enfrentamiento verbal entre ambos hermanos su relación y convivencia se hizo hasta tal punto insostenible que uno de ellos, el cliente del abogado de Joan, propuso irse del piso no sin antes reclamar, a su hermano, la devolución, como compensación a su renuncia al piso,  de algunas de las cantidades que había ido pagando. El hermano, sin embargo, se había negado en rotundo a devolver dichas cantidades, que ascendían a diez mil euros, así que su hermano, sumamente indignado, había decidido acudir al abogado de Joan dispuesto a demandar a su hermano en reclamación de dicha cantidad. Aún recuerda la conversación…

  • Estoy dispuesto a irme del piso, porque la convivencia con mi hermano y su novia es insoportable, pero es justo que me devuelva todo lo que he pagado durante el tiempo que ha estado su novia en casa.- dijo a su abogado mientras le entregaba un papel manuscrito lleno de números.

 

  • Este papel lleno de números ¿es el único documento que tienes para probar la cantidad que te debe tu hermano?- le preguntó el abogado.

 

  • Sí, pero está escrito por él mismo, – contestó.

 

  • Me temo que con este único documento una demanda no tiene ninguna probabilidad de éxito.

 

  • ¡Pues entonces no me voy del piso!, – sentenció el cliente en actitud reactiva, añadiendo, ya en un tono algo más calmado.-   ¿Quieres decir que no hay forma de conseguir que mi hermano me pague el dinero que me debe?

 

En ese momento, y justo cuando el abogado estaba a punto de pronunciar un  rotundo y profesional “No, con una demanda no tenemos garantías de conseguirlo”, vino a su mente, sin saber por qué,  la palabra “mediación” que tanto le nombraba y recordaba su compañero de despacho, y de repente, sin quererlo,  se vio pronunciándola en voz alta:

 

  • Podríamos intentar una mediación con tu hermano.

 

  • ¿Una mediación? ¿En qué consiste?, le preguntó.

 

  • Mi compañero de despacho es mediador y podría ayudarte en el conflicto con tu hermano. Un mediador es un profesional imparcial y neutral que ayuda a las partes en conflicto a restablecer la comunicación para poder llegar, a través del diálogo, a una solución a su problema.

 

El cliente, aunque no tenía claro que significaba aquello de la mediación, accedió simplemente por el hecho de aconsejárselo su abogado de confianza.

 

La mediación se llevó a cabo con éxito, durante tres sesiones, en las que el hermano proponente no sólo consiguió cobrar parte de la deuda sino que, lo más importante, ambos hermanos consiguieron recuperar la comunicación perdida desde hacía casi un año y reanudar, sin prisa pero sin pausa,  la relación familiar que se había visto rota tras el último año de convivencia.

 

El abogado de Joan reconoce que la interposición de una demanda hubiera significado para su cliente, no solo la incertidumbre y la alta probabilidad de perder el pleito, sino también la ruptura, quien sabe si definitiva, de la relación de hermanos.

 

Sin embargo, en las sesiones de mediación, se pusieron de relieve los auténticos intereses y necesidades de los dos hermanos en conflicto que se escondían tras su rígido posicionamiento. La posición del hermano deudor, de no querer pagar, en realidad no obedecía a una simple cuestión económica, sino a sentirse muy indignado con el hecho de que a su hermano sólo parecía importarle lo material, el dinero y no el deterioro de su relación personal, por tanto, bajo su posición afloró una carencia o necesidad afectiva que pudo ser expresada gracias a la ayuda del mediador. Por su parte, la posición del hermano que exigía de forma inflexible el pago de la cantidad reclamada tampoco obedecía a una mera cuestión económica sino a su necesidad de un reconocimiento por parte de su hermano que creía perdido al entrar en escena y en su convivencia la pareja de su hermano.

 

Cuando ambos hermanos, con ayuda del mediador, se escucharon mutuamente y lograron empatizar y conectar con cómo se sentía el otro ante la situación, se produjo el milagro: las posiciones inicialmente rígidas de ambos se fueron flexibilizando, avanzando hacia la solución del conflicto, personal y económico, algo que hubiera sido absolutamente imposible en el escenario de un tribunal y en un procedimiento judicial.

 

Es por todo ello que el abogado de Joan se siente especialmente satisfecho al haber podido ofrecer a su cliente una solución a su problema gracias, en este caso, no a una demanda judicial con su intervención como abogado, sino a una solución efectiva en mediación.

 

Y ahora definitivamente siente que el deber de un buen abogado no es interponer un pleito sino, en la medida de lo posible, evitarlo y solucionar el problema de su cliente de la forma más idónea al caso. Y es precisamente esa satisfacción profesional del deber cumplido y del buen servicio, premiado en este caso, además, con el agradecimiento de su cliente, los que le hacen salir, aquel día, del despacho, contento, con aquel semblante de tranquilidad, – piensa ahora mientras se mira en el espejo de la entrada del despacho para ajustarse la corbata.- que desde hace tiempo luce su compañero de despacho y mediador.

¿Será verdad que como dice su compañero de despacho la mediación es mágica?

Lo cierto es que cerrando tras de sí la puerta, siente que algo ha cambiado desde hoy…

Carmen Gil